Es utilizada cuando el emisor, agente comunicativo en el que
se centra esta función, pretende dar cuenta de su estado físico o anímico, como
cuando soltamos un "¡ay!" al resbalarnos por las escalas, cuando decimos
a nuestra pareja que nos hace falta y la extrañamos o cuando afirmamos que nos
gustan las verduras.
Tengamos en cuenta que cualquier acto comunicativo puede contener
varias funciones del lenguaje.
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